La maldición gripe-pulmonía de la historia económica mexicana

José H. Quintero Beltrán
3 min readApr 15, 2020

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Fuente de gráfico: Julie Nicholls

Nuestro país es un caso especial en su historia económica, somos el bebé que quiso sentirse andar en bicicleta sin antes aprender a gatear bien. Esto nos llevó a una dinámica de truncamiento al interior de nuestros procesos de desarrollo que hoy nos siguen provocando síntomas de debilidad económica.

Hubo un momento en el que creímos que la revolución verde era el punto de inflexión para el sector primario de la economía. El país sería potencia agroalimentaria gracias a la extensiva divulgación de las bondades del uso de variedades mejoradas de semilla y la aplicación de fertilizantes y agroquímicos en el manejo de nuestras producciones. Nos enfocamos en hacer del noroeste la región agrícola envidia del planeta, la meta a vencer en rendimientos de maíz y trigo.

Norman Borlaug le mostró al mundo la receta para combatir el atraso del campo y su laboratorio fue Sonora.

México se felicitó a sí mismo por este evento, se subió a un banquillo y se mareó, como se dice coloquialmente. Después de la revolución verde hubo un fuerte recorte a los presupuestos federales de extensionismo rural y asistencia técnica; el campo ya estaba bien, ya había otras prioridades. Ahora tocaba el turno del México maquilador.

Cuando terminó el programa braceros con EEUU era necesario repensar la política industrial nacional, ya “teníamos un campo desarrollado” y la agricultura era (es) tipificada como una actividad de pobres y de países subdesarrollados. Era este nuestro momento para posicionarnos en el radar de la modernización económica que se estaba viviendo en otros países y entonces se planteó hacer de la industria maquiladora de exportación el motor económico de México. Ese fue el corazón de la política de desarrollo económico nacional durante muchos años, el valor de las exportaciones de las maquiladoras en 2005 ascendió a más del 45% de las exportaciones totales y en este mismo año las fábricas generaban el 38% del empleo formal.

Pero todavía no añadíamos para estos tiempos el llamado “valor” a nuestras exportaciones, eran maquilas no manufacturas.

Y es esto lo que entonces y un poco antes no vimos evidente, que todavía no terminamos de consolidar nuestro sector secundario cuando quisimos dejarlo a un lado para entonces pasar a concentrarnos en el sector financiero, era lo trendy al final de cuentas, podríamos ser acusados de lo que quisieran menos de no estar en la misma moda y vanguardia de quienes eran nuestros modelos aspiracionales: los del FMI y Washington.

Sí, era cierto que nuestro campo no estaba tan desarrollado como creíamos, y nuestra industria no era la más consolidada que podríamos desear, pero medio teníamos agricultura y medio teníamos maquilas, claro que teníamos lo suficiente para ponernos en onda con el Consenso de Washington.

La liberalización de capitales era, ahora sí, nuestro remedio. La tercera (o mejor dicho: el tercer sector) seguro que era la vencida. Después de todo, ¿quién podía oponerse a las fraternas intenciones de integración financiera mundial? Nuestros ídolos nos estaban invitando a unirnos a ellos, por fin podríamos jugar con los del balón bonito, no tendríamos por qué conformarnos a seguir peloteando con nuestro balón raspado y viejo.

Y aquí estamos, reaccionando a lo que la maldición “Cuando a Estados Unidos le da gripe, a México le da pulmonía” nos dicta reaccionar. Medio tenemos campo, medio tenemos industria y medio tenemos economía.

Economistas con aires de epidemiólogos invaden la tuitósfera y están muy preocupados por ver quién tiene el gráfico más compartido del comportamiento de nuestra curva de contagios de COVID-19 y otros tantos por ver quién desmiente esas curvas primero, y con estos dos grandes frentes de debate atendidos mostrar la verdadera forma econométrica de enfrentar una pandemia (¿?).

Estamos sufriendo uno de los procesos económicos y sociales más bruscos que pudimos haber vivido, tenemos un Estado en los huesos y con muy poca capacidad de respuesta y en la tuitósfera indirectamente seguimos a la expectativa de lo que haga o diga nuestro vecino del norte.

Me pregunto si no será momento para replantearnos la sostenibilidad de este medio modelo medio económico en lugar de medirnos los músculos para ver quién sabe programar mejor en R.

Y ojo: esta moda de redactar cartas a Santa Claus en forma de oficio con 4 propuestas firmadas por más de 50 personas que le enviamos al presidente no es precisamente un sinónimo de replantearnos la sostenibilidad de dicho medio modelo medio económico.

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